Por Don Aurelio
La casa de mi abuela tenía muchos olores. Olor a queso de cabra, a jamón recién cuajado, a fuego de leña. Entre todos los aromas, estaba el del Guiso Carrero. Una comida generosa, un rejunte ingenioso de lo que había para los que estaban.
Ahora mismo puedo oler la magia que se amalgamaba en la olla de fierro, inundando todos los rincones de mi infancia. Así recuerdo a mi abuela, cocinando junto a su recuerdo que no es un fantasma. O al menos, no es un fantasma cualquiera.